Una historia de altos vuelos
Si quieres recoger miel, no des puntapiés a la colmena.
Es más fácil ver “la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio”, o por decirlo más llanamente, ver claramente los errores que cometen los demás y no tanto los propios.
La historia que compartimos a continuación está extraída y basada en una de las reglas que Dale Carnegie (1888-1955), empresario y escritor estadounidense y experto en gestión de relaciones humanas y comunicación eficaz, expone en su libro “Cómo ganar amigos e influir sobre las personas”.
Se trata de una breve, pero impactante anécdota, que nos ayuda a reflexionar acerca de la “utilidad” de la crítica en nuestras relaciones con otras personas, ya sean en entornos profesionales y/o personales.
Bob Hoover, famoso piloto de pruebas y actor frecuente en espectáculos de aviación, volvía una vez a su casa en Los Ángeles de uno de estos espectáculos que se había realizado en San Diego. Tal como se describió el accidente en la revista Operaciones de Vuelo, a cien metros de altura los dos motores se apagaron súbitamente. Gracias a su habilidad, Hoover logró aterrizar, pero el avión quedó seriamente dañado, pese a que ninguno de sus ocupantes resultó herido.
Lo primero que hizo Hoover después del aterrizaje de emergencia fue inspeccionar el tanque de combustible. Tal como lo sospechaba, el viejo avión a hélice, reliquia de la Segunda Guerra Mundial, había sido cargado con combustible de jet, en lugar de la gasolina común que consumía.
Al volver al aeropuerto, pidió ver al mecánico que se había ocupado del avión. El joven estaba aterrorizado por su error. Le corrían las lágrimas por las mejillas al ver acercarse a Hoover. Su equivocación había provocado la pérdida de un avión muy costoso, y podría haber causado la pérdida de tres vidas.
Es fácil imaginar la ira de Hoover. Es posible suponer la tormenta verbal que podía provocar semejante descuido en este preciso y soberbio piloto. Pero Hoover no le reprochó nada; ni siquiera lo criticó. En lugar de eso, puso su brazo sobre los hombros del muchacho y le dijo:
“Para demostrarle que estoy seguro de que nunca volverá a hacerlo, quiero que mañana se ocupe de mi F-51.”
No cabe duda de que el mecánico quiso hacer su trabajo lo mejor posible, pero cometió una equivocación que pudo ser fatal. El piloto, consciente de esto, no le criticó ni le abroncó, sino que comprendió su equivocación y confió en que había aprendido de su error. De ahí que le diera todavía más responsabilidad.
Como dice Carnegie en este libro, “tratemos de imaginarnos por qué las personas hacen lo que hacen. Eso es mucho más provechoso y más interesante que la crítica; y de ello surge la simpatía, la tolerancia y la bondad. Saberlo todo es perdonarlo todo.”
Y hasta aquí esta historia con la que hemos compartido la REGLA 1 a la hora de tratar con otras personas:
“No critique, no condene ni se queje.”
Dale Carnegie